Viernes tarde. Mensaje en el móvil: “hola guapa, hemos kdado en Tribunal a las 8. No tardessssss”. Son las 6 y media y Sarah, recién despertada de una merecida siesta, se activa inmediatamente y comienza a buscar en su poblado armario algo que ponerse.
Viernes tarde. Suena el teléfono:
-¡David! Soy Carlos, ¿qué tal?.
-Bien, acabo de salir de la ducha.
-Oye, que María al final va a celebrar su cumpleaños hoy, hemos quedado en Tribunal a las 8. ¿Vienes, no?
-Sí, sí, allí nos vemos, ¿quién va?
-Pues los del insti, y unas tías de su barrio, creo.
-Vale, venga, nos vemos. Hasta luego.
-Hasta luego.
Son las 7 y David, inesperadamente, tiene plan para el viernes.
Villa de Vallecas. Sarah y David esperan en el andén del metro. No se conocen. Sarah mira el móvil por si hubiera alguna contraorden de última hora. Inútil, ya no hay cobertura. Al vagón repleto de jóvenes se lo traga el túnel.
Tribunal era el destino, escaleras arriba, la luz, aún demasiada; comienza la búsqueda, derecha, izquierda, rápido o creerán que no te espera nadie; avanzan, Sarah ya ha contactado visualmente con Helena, a David le cuesta un poco más hacer lo propio con Mario. Saludos, besos, sonrisas, frases hechas, la cita se ha consumado; de ahora en adelante son conjuntos diferenciados, grupúsculos moviéndose al unísono, algo les mantiene unidos, como si una gelatina los compactara.
La búsqueda de alcohol comienza, hay que darse prisa, los padres esperan a cierta hora, el autobús acaba, el metro cierra, taxi ni pensarlo. Una tienda, un bar barato, el garito de siempre. El primer trago es irrenunciable, rompe con muchas cosas.
Son las 9 menos veinte y, al unísono, Sarah le da un trago a un “mini” de Kalimotxo, David ha preferido la cerveza. Aún hay tiempo, primero lo uno, luego lo otro. El alcohol pasará a un segundo plano. Tal vez con suerte David y Sarah regresen juntos a Vallecas.