13.6.02

La última vez que ví a Laura fue de soslayo, en la estación de Recoletos. Me quedé un instante paralizado, casi avergonzado de verla después de tantos años. No pude reaccionar; instantes después de verla parcialmente se la llevó una corriente de gente empeñada en ocultármela. Sólo pude apreciar su rostro, su vestimenta. Había cambiado, era toda una dama, atrás quedaron los vaqueros, la camiseta ceñida (la azul era mi favorita), el pelo larguísimo como una tela monocolor y aquellas deportivas que siempre comprábamos en el Puente de Vallecas. Laura ya era traje, y me preguntaba si también sería madre, y si sería feliz, y si se acordaría de nuestro tiempo en común...
Todo se difumina. Todo se nos esconde. Al preguntarnos por el pasado sólo nos queda un residuo, una resina, detritus de todo nuestro tiempo y todos nuestros deseos, y nuestras esperanzas, y nuestras promesas, y nuestras palabras... Laura es ahora sin saberlo una mezcla inconsistente.

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