22.10.02

Una cierta sensación de culpabilidad se apoderó de B. cuando, con movimientos precisos, apuró desconsideradamente el último vaso de ron en la noche. La soledad o la quietud insoportable parecían ser los motivos puntuales de la creciente desazón que mostraba en su rostro desfigurado por el mal humor; el alcohol que había consumido en proporciones considerables empezó a afectarle gravemente, de modo que un lánguido sopor planeaba en su mente, ocupada en entretejer imágenes y relaciones informadas, modelando inquietudes, pasiones, en los acotados requiebros aún activos de su cerebro. Violentado por la impotencia de seguir rociando su garganta con alcohol, agarró con ambas manos la botella ya vacía postrada sobre la mesa y mordiendo sus labios para otorgar tal vez más fuerza a su acción, quebró el vidrio contra el suelo en pedazos irreconstruibles; el impactante sonido recorrió en cuestión de milésimas de segundo cada una de las terminaciones nerviosas que B. portaba despreocupadamente y tras un repentino espasmo parecido a un escalofrío, la tranquilidad y el sosiego ocuparon el lugar del desequilibrio; en tal disposición B. se dejó caer al suelo como un bloque compacto, sobre los cristales aún vibrantes, donde a pesar de lo incómodo de su reposo no tardó mucho tiempo en quedar completamente dormido.

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