17.6.02

Cuando B. subió al tren, una cierta sensación de timidez se apoderó de él. El vagón estaba repleto y B. cabizbajo, apenas pudo ver un par de alegres pies antes de percatarse de que no encontraría asiento libre para aliviar su ya dilatado cansancio. Sólo deseaba sentarse, sentarse y abrir su mochila para sacar ese libro que últimamente le tenía obsesionado, pero no consiguió eso sino que además se alojó en su interior un sentimiento de culpa, de egoísmo, de desazón, como si su pensamiento hubiese trascendido al vagón en pleno y las miradas inquisitivas le acusaran por ello.

El trayecto iba a ser largo; B. confiaba que en Atocha quedarían asientos libres. Una vez tomó confianza de su situación, comenzó a cruzar esa clase de miradas que sólo se dan en los vagones de tren y metro, miradas rápidas, curiosas, furtivas, instantáneas... la mayoría eran mujeres, mujeres leyendo libros, el resto parecía ajeno a todo, tan ajeno como un vagón de tren de cercanías, limitado a desplazar "mano de obra". B. apostaba en su interior sobre qué asiento ocuparía, la chica que lee "el ocho" o el señor con bigote que parecía salido de una peli del oeste; o la señora que lee el "hola" o el chaval que no para de jugar con el móvil.

Atocha. La diáspora. Empujones, malas caras, reprimendas, toma de posiciones para salir. El vagón se queda medio vacío. B. aliviado, no retarda más su toma de asiento. Sentado todo es más claro, hay otra perspectiva, más calma, ahora los "culpables" están por subir al tren y B. los analizará. Empujones, malas caras, reprimendas, toma de posiciones para entrar...
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